O por qué mientras hay quienes, bajo la premisa de la libertad individual, buscan contribuir menos al bien común.
Antes de empezar, me gustaría aclarar una cuestión que, por cómo se comunican las cosas muchas veces, suele pasar desapercibida. Los impuestos, no importa de qué tipo sean, no son algo que se pague, en el sentido de que no son una comisión, cuota, tasa o castigo que El Estado TM venga a quitarte sobre un supuesto enriquecimiento propio.
Sí, hay quienes estaréis alucinando con este disclaimer y quienes ni siquiera habréis llegado hasta aquí, pero si lo habéis hecho, veamos por qué digo esto.
La importancia del contexto y los hechos que anteceden
En el mundo hiperconectado y posmoderno en que vivimos, tendemos a olvidar que existe una realidad tangible a nuestro alrededor. Una realidad de la que formamos parte, con la que interactuamos, en la que nos desarrollamos y nuestra vida tiene lugar.
Esta realidad contextual, si bien es distinta para cada persona, posee un componente común a grupos de personas, tanto por razones culturales como socioeconómicas. Estas últimas, en un mismo país, en una misma localidad, pueden suponer un impulso a la hora de poder «crecer» o un escollo que, sin ayuda, resultaría insalvable. Y, como vivimos en una sociedad democrática y de bienestar, está, entre los principios del Estado, la igualdad de oportunidades.
Una igualdad de oportunidades que no existe de base y, por tanto, toca intervenir un poco para que esas profundas diferencias se reduzcan en parte.
Todos queremos que se eche un cabo, pero nadie quiere prestar la cuerda
Porque para poder equilibrar la balanza, y esto es una intuición que los niños adquieren en la infancia en su afán de comprender su mundo (Copley, 2000, p.125), es necesario quitar peso del lado más hundido y añadírselo al que menos.
¿Que no es justo «arrebatar» la riqueza que tan duramente ha costado ganar a una persona para repartirlo en recursos para el resto?
Pues resulta que sí lo es. Os hablaba del contexto, un dato a tener en cuenta es que, según puede deducirse del estudio que firman Pedro Salas Rojo y Juan Gabriel Rodríguez Hernández, investigadores de la Universidad Complutense; el 68,8% de la desigualdad en España tiene su origen en la herencia (medida según el índice Gini).
Así que partimos de que la mayor parte de esas personas «hechas a sí mismas» y que «han triunfado por méritos propios», colocándose en un estrato socioeconómico muy superior al de otra parte de la población, venía con ayuda. Lo que viene siendo la meritocracia en acción, lograr lo que uno se propone en base al esfuerzo (de los que vinieron detrás).
Volviendo al tema principal, con este panorama sí que parece que es legítimo exigir que, quienes más tienen (y que siguen enriqueciéndose gracias a ello) aporten más al bien común que quienes no, en aras de tener una sociedad más justa.
La otra parte importante del contexto es el más común. Vivimos en un país donde no se valora lo público lo suficiente: desde la educación, pasando por las pensiones o el sistema sanitario hasta el desarrollo de infraestructuras, por poner algunos ejemplos, hacemos uso, permanentemente ya sea de manera directa o indirecta, de servicios públicos. Desde el día en que nacemos hasta el que morimos.
Cuando se puede, toca devolver
Para mantener el estado de bienestar y el desarrollo de toda la sociedad es necesario que el Estado posea recursos que poder reinvertir en la población. Así que, mientras hay para quienes «pagar impuestos» resulta un dolor de muelas también hay quienes ven el otro lado de la moneda, quienes piensan en «lo barata que le ha salido cada carretera y cada hospital» o, por simplificarlo todo mucho, que oye, si pagas más es porque estás ganando mucho (muchísimo) más.
Lo de El Rubius
Rubén Doblas, esa persona que, al parecer, ha revolucionado internet al anunciar que se traslada a Andorra, pasando de un «para pagar menos impuestos» a relajar el discurso compaginándolo con su situación personal en un último comunicado, en el que entre otras cosas, se quejan de que lo investiguen, como a todos los poseedores de grandes fortunas, es alguien a quien no lo vendría mal recordar todo esto.
Compañeros del gremio (de los que se han marchado a tributar fuera) se burlaban en Twitter de lo «fácil» que es para ellos irse a cualquier sitio. Todos, incluido el propio Rubén, olvidan que es gracias a su contexto personal y al del país desde el que han triunfado en YouTube, que pueden permitirse, hoy elegir dónde vivir.
Ya ha habido muchos otros que han hecho lo propio, valiéndose del hecho de poder ejercer su profesión desde (casi) cualquier sitio. Sin embargo, esta vez ha sido notorio por tratarse de un youtuber al que, a diferencia de muchos otros, se le presuponía una bonachonería. Al parecer, lo que no se vislumbraba era esa expresión de narcisismo posmoderno. Un sálvese quien pueda lleno de luces y reclamos propios de a quien evidentemente le ha faltado de poco en la vida.